
- Hay que defender la cultura. El capitalismo impone unas condiciones sociales en las que los trabajadores de la cultura viven cada vez más precariamente. La gente no tiene tiempo ni dinero para leer, los productos culturales están, cada vez más, sólo al alcance de los ricos. Hay que defender a la cultura del ataque constante al que la somete el capital.
Pero ¿qué cultura? No toda la cultura es igual. Muchos de los torturadores y asesinos del pasado – y del presente – eran extremadamente cultos.
- Hay que defender la cultura buena, la que ayuda a la humanidad, la cultura que contribuye al bien común, y a la conservación de las tradiciones y de la naturaleza, la que es innovadora…
Pero ¿cómo se sabe cuál es la buena?, ¿cuál contribuye?, ¿cuál conserva y renueva?, ¿qué es tradición y qué es barbarie?, ¿qué es defensa de privilegios?… ¿qué es agresión al indefenso?
- Hay que ofrecer a la gente las herramientas para que puedan discernir entre la buena y la mala cultura, que estudien y se creen sus propios juicios, para que puedan saber cuál es la buena y quieran defenderla.
Pero ¿qué herramientas? Las que sirven para ayudar a la gente a pensar también sirven para hacerla más cruel, los creativos de las asociaciones humanitarias usan los mismos instrumentos que los publicistas de las instituciones bancarias, de los cárteles de la droga, de las compañías petrolíferas. En todas las casas se escucha Spotify…
- Hay que entender lo que hay de bueno y de malo en cada herramienta, antes de ofrecérselas a nadie. Hay que ver que su uso sea apropiado. Hay que mirar con microscopio al microscopio. Hay que escribir “bolígrafo” con un bolígrafo. Hay que dibujar una silla con la palabra “silla”, subirse encima y preguntarse qué sentido tiene estar ahí. Es de esta manera que uno es artista, si del cielo le caen los dilemas. Verás, no hay más que probar con otra cosa…
- Hay que defender la libertad.