Más vacas

Escribir es una actividad ineludible porque sirve para pensar – y no al revés: no se piensa para poder escribir. Y lo mismo se puede decir de la práctica del arte: no se piensa para hacer obras de arte, sino que se hacen obras de arte porque es una manera de exorcizar lo que a uno le turba, mediante una actividad que atrapa el conocimiento. Es ésta una forma de ver la escritura y el arte que resulta paradójica – o simplemente falsa – si se mira al mundo del arte actual, que está constituido por muchos individuos todo el día rascándose la cabeza para averiguar, como si fueran publicistas, qué pueden fabricar que impresione a los clientes.

Lo que se escribe ha de estar pensándose – considerándose – en ese mismo momento que se escribe para que tenga valor, es decir, para que satisfaga al escritor que tiene que sobrellevar lo vivible de la vida, su falsedad.

En este sentido cita Paul Virilio en La estética de la desaparición la frase motto de Lord Mounbatten con respecto al avance armamentístico: “cuando funciona, ya está obsoleto”. El tiempo que requieren las pruebas que asegurarían al ejército el perfecto funcionamiento del arma en el campo de batalla, es el que necesita el ejercito enemigo para desarrollar la contra arma, que vuelve inútil a la primera. De la misma manera, si el texto que se escribe tiene todos sus papeles en regla – unas cuantas lametadas de más – ya ha perdido el interés.

Por eso leo los libros de nuevo, como si los hubiera escrito otra persona, cuando llegan con la tinta fresca de la imprenta, para ver si estoy todavía de acuerdo con lo que escribí. Hace unos meses me llegó uno en el que uno de los párrafos decía:

Se atribuye a Isaac Asimov la siguiente cita: “La frase más excitante que se puede oír en ciencia, la que anuncia nuevos descubrimientos, no es ‘Eureka’, sino ‘Es curioso…’ “. La más excitante en arte, en lugar de “¡qué bello!” probablemente podría ser también “¡qué raro esto!” o, más bien, “¿qué diablos es esto?”

Mmmm… Si lo hubiera pensado un poco más, si hubiera tenido un par de noches más de insomnio antes de la publicación, la última frase ahora diría: “la frase más excitante en arte es “¡lo perdí!» – en lugar de “ ¡lo encontré!” (Eureka).”

Porque el arte es una labor de despojamiento, y el momento artístico se caracteriza por la pérdida de algo que el artista sabe que tiene, que forma parte de él. “El progreso de un artista es un continuo autosacrificio, una continua extinción de la personalidad”, dice T. S. Eliot en Bosque sagrado.

El momento repetido del arte y el pensamiento no es el del encuentro con la idea maravillosa, sino la del descubrimiento de que lo que se ha creído, a pies juntillas y por tanto tiempo, era falso.

Según un registro etimológico en disputa, pero con cierta credibilidad, el origen de la palabra “guerra” estaría en la palabra del sánscrito Gavisti. Significa “deseo de tener más vacas».

Según otro registro etimológico – mucho más sospechoso, hasta el punto de que podría dar lugar al género Ety-Fi (Etimología ficción) – el origen del término “arte” estaría en una palabra del sánscrito que significa “deseo de tener menos vacas”.

Se puede ver así si se entiende el arte desde el punto de vista sacrificial, del don y del derroche de Bataille. Destruir lo útil para purificarlo, extraer los objetos del mundo profano y llevarlos al mundo sagrado.

Pero toda acumulación primitiva es acumulación de armas, no de riqueza. La destrucción sacrificial no sólo es de bienes, sino de medios de defensa. En el arte se trata, por tanto, de lograr una extinción múltiple del artista: de su personalidad, de sus bienes y de sus medios para conservarlos.