para redimir la fiesta de los toros y devolverle su vigor y nobleza

La sociedad en su conjunto —y algunos grupos de activistas con especial arrojo — clama por la prohibición de la llamada, en España, “fiesta nacional” y con muy buenas razones. Unos pocos la defienden, casi siempre amparándose en la tradición, bien de forma explícita con argumentos airados, o bien de forma tácita mediante el simple acto de comprar un puro e ir a la plaza en cuanto tienen ocasión.
La fiesta de los toros es, en efecto, un resto bárbaro de tiempos que ya han quedado atrás. El espectáculo se ha vuelto innoble, y eso sin llegar al grado en el que los toreros, como se especuló en algún momento, lleven sus trajes de luces cubiertos por anuncios, como sucede, por ejemplo, en las carreras de aparatos a motor de explosión, donde la falta de nobleza y de buen gusto cuentan como algo ventajoso.
Sin embargo, lo queramos o no, la tradición es ahora valiosa, aunque sólo sea por la poca que nos queda. Quizá devolviendo algunos de los aspectos de la fiesta de los toros a las condiciones en las que nació, recupere la nobleza y se pueda dar gusto a todo el mundo.
Por eso propongo humildemente establecer una regla por la que sólo los veganos puedan acceder a la plaza, los pertenecientes a una hipotética peña taurina vegana que certificaría la condición de sus miembros y repartiría las localidades. La fiesta fue en sus primeros tiempos una transgresión que los espectadores -entonces “integrantes” y “oficiantes” todos- experimentaban con recogimiento y comunión entre ellos y con el animal. En nuestros tiempos, sólo los veganos pueden sentir el sacrificio del animal de forma aguda y personal, y sólo los veganos valientes deberían poder ir a la plaza. Para quienes antes de asistir a la muerte del toro se han comido un filete, la muerte en la plaza es una burla al animal, además de a los veganos y al género humano.
No merecen la corrida ni los que saben “de toros”, los que tienen toda la información de ganaderías y de toreros; ni los que saben de técnicas, de historia del toreo, de tipos de pases y de ejemplos históricos; tampoco los que tienen esa intuición artística que les hace disfrutar de una buena corrida y detestar una mala, con la intensidad que nunca la disfrutarán ni detestarán los que no saben; por supuesto que tampoco los que sólo quieren beber de la bota, gritar, o asistir a una cogida. Ninguno de esos la merecen (a menos que a la vez sean veganos, circunstancias que no concurren a menudo). Sólo los que conocen el significado profundo de la fiesta, quienes transgreden sus propios límites, los que saben lo que la muerte del animal significa en la vida y la muerte del ser humano y, todavía más, en su propia muerte personal, pueden llevar la fiesta a su esplendor original. Esos son los veganos. Saber de toros es saber lo que tienen los toros que no se puede aprender en el futbol -fiesta nacional ésta que mejor si estuviera prohibida-.
Si esta solución es atendida y experimentada, se podría después hacer algo parecido con el mundo del arte.