
El grado de poder que Greta Thunberg ha adquirido en poco tiempo es fascinante.
Ha conseguido reunir ese poder gracias a que promueve una causa justa, de acuerdo con valores de justicia que parecen estar caducados pero que, de hecho, mueven a actuar a gran parte de la población, por lo menos por un rato, por lo menos mientras eso no haga peligrar sus estándares de vida. Hay mucha gente de buen corazón, en general y dentro de unos márgenes.
La cosa le ha salido bien también porque el problema es acuciante, parece estar todo el mundo de acuerdo. Los que no están de acuerdo, se pueden decir que no son “mundo”, no viven en este mundo. El poder estaba allí flotando y alguien tenía que aglutinarlo.
Sin embargo, también hay gente cuyo interés es hacer el mal a los otros y no aguantan a Greta Thunberg ni a nadie que defienda una causa con atisbos de ser buena. Quizá no pueden hacer otra cosa, por motivos psicológicos profundos, porque no conocen otra cosa, o porque han nacido en Norteamérica. Greta Thunberg les fastidia y quieren que desaparezca del planeta. Les fastidia por envidia, o porque pone en cuestión sus modos de vida (es decir, que verla les duele en lo profundo) y también por motivos económicos más o menos conscientes, como el miedo a la recesión, a que los negocios que les dan de comer queden en entredicho, a perder una parte de su identidad (la de consumidores, por ejemplo, que en algunos casos es muy marcada) o a que no puedan volver a viajar en avión. No hay duda de que factores nacionalistas y de raza también entran en juego, aunque de forma estructural más que explícita.
Por eso cada vez que aparece alguna información sobre el fenómeno Thunberg en algún medio en el que las informaciones se pueden comentar– por ejemplo, la propia cuenta de Twitter de Thunberg -, mezclados con los halagos, las arengas, las muestras de apoyo y amor, y las descripciones del caso como extraordinario en la historia de la humanidad, aparecen críticas de todos los tipos, la mayor parte de ellas con tono troll, que quieren desprestigiar, insultar, o hacer desmerecer todo lo que Greta Thunberg haga o diga. Los casos más comunes son los siguientes:
- Por supuesto están los comentarios que dudan de todo el fenómeno del cambio climático, que dicen que esto aburre, o que son sólo ganas de meter miedo a la gente.
- En otros se acusa a la protagonista de estar manipulada, de ser un muñeco al servicio de oscuros intereses – comunistas, en varios comentarios -, se le presenta como un caso de explotación infantil. Puede que sea cierto, porque siempre hay manipulación, y seguro que hay gente poderosa, o relativamente poderosa, a la que el mensaje de Thunberg le resulta algo digno de apoyar. Y es evidente que tiene mucha gente detrás – se ve en las manifestaciones populares. Cuando hay tantas expresiones públicas que se apoyan en el “nosotros”, no deja de ser curioso que se acuse de ser un muñeco a alguien que habla tan en primera persona, y con tanta firmeza. Los que usan estos argumentos intentan que Thunberg parezca una especie de Shirley Temple, porque esos son los referentes que les vienen a la mente en cuando ven a un niño, sobre todo si es en la pantalla. En algunos comentarios Greta Thunberg es cómplice de toda la ignominia y en otros es una pobre víctima, y se la compadece falsamente (compasión instrumental).
- Otra gran parte de los ataques están basados en lo que se llama argumentum ad hominem, por los que se le pregunta si ella personalmente no crea CO2 por sí misma, si no va nunca en coche, y se le pide que explique cómo consigue acudir a todos esos encuentros sin hacer daño al planeta… – “ajá, tú también eres culpable”, es el mensaje que subyace, en un intento – bastante desesperado, digamos – por desarmar la reclamación que hace la activista. A Greta Thunberg se le intenta desprestigiar por su particular forma de hablar, por ser un caso del trastorno de Asperger, y por su edad, que no le da perspectiva suficiente para hablar como un adulto (?).
- Como en todos los casos que alguien quiere imponer alguna restricción, por ligera y razonable que sea, una falacia del tipo reductio ad hitlerum tiene una presencia importante. Así, se compara a Greta Thunberg con miembros de las juventudes hitlerianas, sobre todo con los que se arreglaban la melena en dos trenzas largas a los costados. Como en este planeta caliente el concepto de libertad es intocable, muchos comentarios intentan que todas las propuestas inconvenientes sean asociadas con ataques a la capacidad de la gente para decidir por ella misma.
- Se le acusa de utilizar medios ilícitos para conseguir que su mensaje salga adelante, de no ajustarse a la realidad y de no hablar ponderadamente. Se le acusa de ser propagandista.
La última de estas críticas es la que tiene una base más sólida, si uno quiere pensar así. Se expone habitualmente haciendo ostentación de un grado elevado de odio, y sin ocultar la agenda que de quien la expone, pero no le falta razón a quien acusa a Greta Thunberg de ser parte de un fenómeno propagandístico. ¿Cómo, si no, podría haber alcanzado una situación en la que todos sus actos tengan tanta repercusión?[1] Contra las siniestras estrategias de la propaganda sólo se puede tener alguna posibilidad de éxito si se lucha con más propaganda, porque sólo la emoción está la altura de la emoción, y todos los razonamientos quedan muy en desventaja y se vuelven inútiles. Lo especial de este caso es que Greta Thunberg está mejor equipada para este enfrentamiento que muchos de sus adversarios. Se podría decir – como dijo Truman de la bomba atómica – que tener control de la propaganda es una responsabilidad horrible, y debemos agradecer a dios que la tengamos nosotros (Greta Thunberg) en lugar de que la tengan nuestros enemigos.
La baza principal de la estrategia propagandística de Greta Thunberg, que le sirve para acaparar todos los noticiarios y para, sin necesidad de grandes gestos, dejar en ridículo a los que le atacan, es que su personaje es un casting against the role. Es muy difícil encajar su imagen con lo hace y dice, porque es una niña – todo ataque parece desproporcionado -, porque tiene una deficiencia – no se la puede acusar de demente -, porque no tiene diplomacia – no entra en el juego político –, etc. Todo en ella apela a la emoción. Si lo que dice Thunberg lo dijera un señor mayor, perfectamente inteligente, y con argumentos razonados, conseguiría muy poco en el aspecto mediático y de agitación de las masas (que le pregunten si no, a Noam Chomsky).
Por esto puede llegar a todos los medios de comunicación, puede dominarlos y manipularlos, sabe hacerse noticia. Si muchas de las críticas de los trolls no le afectan es porque juega en el mismo terreno, y partiendo de condiciones mucho más favorables.
Donde más claramente se demuestra este salto estilo Fosbury en los medios de comunicación, esta estrategia por la que se sale del papel y que ha pillado desprevenidos a todos sus competidores, es en la peculiaridad de que, al contrario de lo que acostumbra a encontrarse el público en las proclamas humanistas, Greta Thunberg habla desde su egoísmo, un factor que en los tristes tiempos actuales otorga mucha credibilidad, y hace que los argumentos les parezcan más firmes a muchos, más sinceros y mejor construidos. Efectivamente, no lo hace por el planeta, ni por el respeto a la naturaleza, ni por el bien universal… lo hace porque ella y los suyos – los de su edad y los que vengan – quieren una parte del pastel. Ese mensaje lo entiende perfectamente el lector común de periódicos y redes sociales.[2] En el mismo sentido, también tiene un gran atractivo para el público el que sean los gobiernos los interpelados, en lugar de una exigencia de que el público que corea sus mensajes haga algo al respecto.
Hay que dejar de lado la contradicción que existe en invocar a la ciencia para la solución de un problema que la ciencia ha creado. Es demasiado compleja para que sirva a ningún propósito en este artículo, ni a favor ni en contra. Pero en una de las primeras de sus arengas que se hicieron extensamente públicas, Thunberg explicó que el motivo para empezar esta cruzada era el que cuando tuviera 70 años y le preguntaran sus nietos cómo había podido dejar que las cosas llegaran hasta donde habían llegado, no tendría respuesta. Aquí, “por una parte del pastel” se entiende que ella y su generación quieren tener otra generación detrás, criar a sus hijos y a sus nietos, y eso agrava el auténtico problema ecológico con el que se enfrenta la raza humana, el desborde absoluto por todos sus lados, la superpoblación, del que el calentamiento global es sólo un síntoma.
En última instancia la propaganda siempre gana, y los medios de comunicación son siempre los que manipulan cualquier declaración, sea como sea de bienaventurada. Si la superpoblación no aparece en los mensajes que lanza Greta Thunberg es porque si así fuera la popularidad de la candidata empezaría a caer en los ratings. Al fin y al cabo, la mayor parte de la población se realiza a sí misma como humana teniendo hijos, en mayor número cuanto más de derechas sean. No creo que haya ninguna mala intención en que Greta Thunberg no hable de ello (de hecho, no he vuelto a ver esta referencia a los hijos y los nietos en ninguna de sus intervenciones posteriores, o sea que quizá sea consciente del conflicto), pero la precaución hace que desaparezca de los discursos y esto vuelve toda la operación carente de sentido, pierde mucha credibilidad – para algunos -, y capacidad para refrescar el discurso y el planeta.
El ser humano es arrogante y le parece normal comerse a todas las demás especies. Si hubiera menos humanos, tocarían más animales por persona. No se trata de matar a nadie, ni siquiera de prohibirle procrear. Se avanzaría mucho en la solución del problema con sólo poner unas pocas trabas, educadamente, a la exaltación sin límites de las virtudes de la natalidad que se da en todos los foros, en el ámbito público y en el privado, en términos sociales, políticos y económicos, por activa y por pasiva, con argumentos de buena y de mala fe, ciertos y falsificados.
[1] Las acciones de carácter militante que buscan la consecución de un fin pueden ser clasificadas dentro de tres tipos: 1, las que se dirigen hacia el fin; 2, las que además de contribuir al fin, animan a otros a ir hacia él; y 3, las que en el aspecto práctico actúan contra el fin pero su efecto público es útil para animar a otros a contribuir al fin. Las primeras, que sólo ponen su granito de arena en la solución del problema, por su propia naturaleza, no afectan a nadie excepto al que las hace, porque son privadas, no tienen esa capacidad de extenderse mediáticamente. La posibilidad de las del segundo tipo es muy escasa, aunque cuando se dan son muy eficientes. Las terceras son las propiamente propagandísticas: el hecho de viajar a América en un barco que no emite CO2 es una acción del tercer tipo, porque en las operaciones alrededor de ésta hubo una producción extra de CO2 – los pilotos tuvieron que volver en avión, por ejemplo – de la que se hubiera dado si se hubiera quedado en casa intentando no respirar. Sin embargo, es de suponer que este gesto vale la pena en el sentido de la protección del medio ambiente en cuanto que ha tenido un efecto importante para el avance de la causa.
[2] Albert Camus en sus diarios dice que lo miserable de este siglo (el 20) es que hace mucho había que justificar las acciones malvadas, cuando ahora hay que justificar las buenas. En el siglo 21, a quien hace el bien o actúa de forma altruista, en los medios públicos es clasificado directamente en la categoría de falso o de gilipollas.