
Lo más fundamental que puede ignorar un ignorante es el hecho de que ignora. El descubrimiento de que se puede estar ignorando es un punto de inflexión en la vida de una persona pensante. Una vez que un ignorante descubre que ignora, da un paso adelante tan grande en su desarrollo intelectual que es difícil encontrar continuidad entre esos ignorantes totales y estos otros menos ignorantes. Se diría que en ese gesto hay un espacio grande de ignorancia que se salta sin casi aprender nada.
El descubrir que se ignora consiste, únicamente, en adquirir la capacidad de sospechar de que todo lo que uno dice o piensa es un error. En eso se diferencian esencialmente los dos estados. Aunque después de ese primer reconocimiento se descubran muchas otras cosas que se ignoraban, e incluso que se ignoraba que se ignoraban, esos descubrimientos no se da desde una inocencia ilimitada, como sucede con el primer descubrimiento.
El estado del que ignora que ignora y de aquel que sabe que ignora son tan heterogéneos que es difícil recordarse a uno mismo ignorando que ignoraba. Una vez que uno sabe que ignora es inconcebible pensar que antes ignoraba tal cosa. Es como si se tratara de otra persona. La separación entre estos estados es como la del protagonista de Informe a una academia de Kafka, que no puede saber cómo era para él el mundo antes de aprender a hablar, porque en cierto modo el hablar fue lo que dio lugar al mundo y, en cualquier caso, ese mundo pre-lenguaje no podía ser expresado con lenguaje.