(Drama en dos partes)
I
¡Finalmente! ¡Finalmente! El Mesón del Chuletón ha aprobado una partida de medio millón de lapiceros de colores para ayudar a los productores de cacharros.
El doctor Ubú, director del centro, lo ha confirmado tras una conversación con el ministro de Advocación y Desarrollo.
“El sector ha sufrido mucho y queremos contribuir, con esta carga de batería, a activar el desfibrilador”.
La oposición ha manifestado su desacuerdo.
El monto, destinado a la adquisición de cacharros recientes, será distribuido conforme al siguiente procedimiento: la institución encargará a ojeadores de cacharros de prestigio la selección de un número determinado de traficantes de cacharros que, a su vez, elegirán entre los productores de cacharros con los que tienen acuerdos exclusivos a aquellos que mejor se ajusten a la convocatoria. Después, los productores de cacharros decidirán, de entre los cacharros que tienen en stock, cuál define mejor su calidad aparatosa. Este cuidado ramillete de cacharros pasará a formar parte del patrimonio de todos los españoles.
En principio todos los productores de cacharros serán nacionales, aunque se ha especulado con la posibilidad de adquirir cacharros extranjeros, siempre y cuando el traficante sea de Madrid.
La medida se ha hecho esperar, pero ya se han abierto las compuertas, y el saco ha caído sobre la mesa con un golpe seco, como el que hace, al chocar contra el suelo, un oso arrojado desde una avioneta.
La oposición ha manifestado su desacuerdo.
Hay imagen sencilla que puede dar una idea de cómo se desarrollarán los acontecimientos a partir de ahora: es la de una de esas películas científicas en las que una cámara graba, a una velocidad de un fotograma cada minuto, el cuerpo de un animal que ha muerto en el bosque –un oso, quizás–. Una actividad frenética de agentes independientes de todos los tamaños –ojeadores, traficantes, administrativos, inspectores de hacienda– retiran pequeñas partes del cadáver, y dan a cambio facturas, albaranes, propuestas, recibos de la seguridad social, curriculums, descripciones literarias y técnicas, y certificados de autenticidad. Hasta los coleccionistas de cacharros ven, finalmente, recompensada su labor.
En último lugar, con retraso de unos milisegundos, llegan los productores de cacharros cuya ambición desmesurada sólo encuentra parangón en su timidez. A cambio de sus cacharros se llevan la raspa, con la que harán sopa y cuentas para collares.
No queda nada que ver, y la cámara deja de grabar. Se apagan las luces y se recoge el equipo. Los científicos se marchan a otro escenario en el que ahora se esté empezando a repartir dinero.
Sólo entonces el arte se decide a ocupar el lugar, más por fotofobia que por ligofilia, como un cemento nivelador que busca siempre el perfil más bajo.
II
Hoy no hay segunda parte.
BRILLANTE .
Ahora lo tengo todo mucho más claro, es un alivio .
Gracias Manuel !!
Esperando segunda parte .
Las decisiones del Doctor UBÚ me inquietan .